Por: Erick López Barriga
Hace unos días uno de mis hijos, que ya es universitario, me decía entre alarmado y enojado que está cansado de ver noticias de terror sobre México. 5 jóvenes desaparecidos, una mujer asesinada en su trabajo por un cliente, una niña que muere en una balacera, un camión que queda en medio del fuego cruzado, fosas clandestinas, ataques con drones explosivos y así una larga lista de sucesos violentos todos los días. Entonces me dijo “papá, yo no quiero vivir con miedo”. Quiero mucho a México, es mi país y siempre voy a tratar de hacer algo por que mejore, pero ya no quiero estar aquí.
Por mi parte, hace muchos años estudiaba fuera de México y tuve la opción de quedarme a vivir en otro país, pero decidí regresar y hacer mi vida en mi país. Siempre he hablado bien de México y de todas las maravillas que tiene. Siempre he creído que tiene todo para ser una de las mejores naciones del mundo, en todos los aspectos posibles. Siempre he estado convencido de que optar por hacer mi vida y la de mi familia en mi tierra fue la decisión correcta. No me quejo, disfruto mucho México, lo conozco bien y no deja de sorprenderme todo lo bueno que tiene. Sin embargo, cuando un hijo dice que tiene miedo y que no quiere vivir así lo obscurece todo.
A quienes vivimos en Michoacán nos pasa muy a menudo que el resto de la gente nos pregunta si estamos bien, que cómo están las cosas por aquí y que qué miedo da nuestro estado. Lo mismo sucede cuando los extranjeros nos preguntan a los mexicanos por la situación del país. Yo siempre digo que las cosas no están tan mal como se cuentan, que se vive bien y que la realidad se exagera. Invito siempre a visitar mi estado y mi país, hablo de las cosas buenas y comento que es bastante seguro para quienes no hacemos el mal a nadie y cumplimos con la ley. Es percepción, repito una y otra vez. Pero el miedo existe y paraliza a quien lo tiene, sea mera percepción o golpes directos de realidad.
De poco ayuda negar lo que sucede. Vivimos en un país en donde, como mantra maldito de José Alfredo Jiménez, “la vida no vale nada” y te la quitan por mucho menos de lo que cuesta nacer en México. Cuesta menos ordenar la muerte que gestar y emerger a la vida. La violencia se normaliza y es cada vez más cotidiano leer noticias sangrientas, saber de los sucesos de terror que ocurren en uno y otro lado del país, del estado, de la ciudad o de los sitios que visitamos. Nos enteramos de la muerte de alguien que conocemos, cercano o lejano, pero cada vez menos desconocidos. Y ahí en el fondo, a pesar de empeñarnos en cerrar los ojos a lo que sucede, el miedo ronda los ánimos de todos.
Nada de esto es ajeno ya, pero saber que nuestros hijos viven con miedo resulta una muy fuerte alerta para saber que es urgente actuar para remediarlo. El estado es el responsable de generar el clima de paz y donde no hay estado prospera el crimen. Ante esto, las autoridades son muy eficientes para dar explicaciones rápidas de lo que ya pasó, pero muy incompetentes para evitar que la violencia se reproduzca y que pueda más la confianza que el miedo. Todos los gobiernos, de todos los niveles y en todas las épocas tienen esa responsabilidad, pero no sucede nada alentador. Recientemente, la autoridad no solo es incompetente, sino que también es cínica, eludiendo su responsabilidad echando culpas al pasado y no asumiendo la obligación de resolver el presente, venga de donde venga. En este escenario no hay más que dos calificativos: o son ineptos o son estúpidos. Asumir una responsabilidad para solamente explicar por qué las cosas están mal, minimizarlas y no hacer todo lo necesario por resolverlas es tan criminal como los hechos mismos que generan ese amiente. A la autoridad corresponde generar orden social y dar seguridad, certidumbre y tranquilidad a cada persona, pero en todo eso fracasaron.
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