Por: Dr. Rogelio Díaz Ortíz.
“La Medicina en la más humana de las ciencias y la más artística de las humanidades”
Dr. Ignacio Chávez Sánchez
Hace unos días se festejó a quienes ejercen la profesión de la
medicina, vale la pena recordar que, a partir de 1937, se festeja en
nuestro país el “Día del Médico”, ocasión para reconocer entrega y
profesionalismo, eventos en los que nunca están todos quienes
debieran, pero casi siempre quienes representan a esta noble
profesión.
Los recientes y actuales sucesos relacionados con la pandemia han
redimensionado la actividad e importancia del quehacer profesional de
los Médicos.
A lo largo de la historia de la humanidad la profesión médica ha
ocupado un lugar “especial” en la sociedad debido, entre otras cosas,
a su permanente “contacto” con la salud y la enfermedad, con la vida
y la muerte.
En las escuelas y facultades de medicina se les enseña a los Galenos
anatomía y fisiología para que “entiendan” la mágica perfección del
cuerpo humano; clínica propedéutica para que aprendan a interrogar
y explorar a los pacientes de una manera ordenada y sistematizada;
Técnicas Quirúrgicas para que desarrollen la capacidad de “reparar”
algún desperfecto; Patología y Farmacología para que identifiquen
agentes causales de enfermedad y su posible solución
medicamentosa.
Se profundiza en el conocimiento de los órganos que integran al cuerpo
a través de materias como Gastroenterología, Endocrinología,
Otorrinolaringología, Nefrología, Neurología o Neumología; se
estudia con detalle diferencias e identidades al cursar Pediatría,
Geriatría, Ginecología y Andrología.
Pero a la par se da la “introducción” al conocimiento holístico de los
pacientes cuando recorren, a solas o en compañía del Médico –
Maestro, la sala de urgencias, un consultorio y el infaltable pase de
visita por las habitaciones o pabellones de una clínica o un hospital.
El estudiante de medicina está consciente que su preparación
académica no finaliza cuando egresa de la Escuela o Facultad, sino
que es un ejercicio permanente y obligatorio que tendrá que cumplir
todos los días de su práctica profesional ya que no hacerlo le
convertiría en una amenaza y un peligro para sus pacientes.
Estudiar para ser médico es un privilegio que no todos tienen, es una
distinción que obliga a ser pulcro en el vestir, veraz en sus comentarios,
prudente en el pensar, humilde y solidario, estudiante disciplinado,
responsable y amoroso con él prójimo, dispuesto siempre a aprender y
a trabajar en equipo.
El estudiante de medicina aprende de sus maestros que en esta
profesión no existe horario ni fecha que le exima de la responsabilidad
de atender un paciente.
Aprende que el ejercicio de la medicina no debe limitarse jamás por
ninguna diferencia de origen racial, religión, idioma, grado académico,
sexo, edad, preferencia político partidista, discapacidad ni
posibilidades económicas.
El médico aprende a “descubrir” lo maravillosa y gratificante que resulta
una sonrisa cuando el paciente recupera la salud, el compromiso que
establece con “su” paciente y el privilegio de integrar uno de los activos
más importantes de la sociedad.
El profesional de la medicina es un ser humano que se ha
comprometido con la humanidad, a no dañarle, preservar la vida,
honrar a sus maestros y enseñar a sus alumnos, a que la salud de sus
pacientes sea el paradigma primario de su actuar, no traicionar jamás
la confianza de su paciente ni comentar a otros lo que en consulta le ha
sido informado, a ver a sus colegas como sus hermanos, intentar
siempre coadyuvar a que su paciente tenga calidad y en lo posible
cantidad de vida, acompañarle en el momento de su partida de este
plano físico siempre respetando sus derechos, voluntad y dignidad.
Dice un dicho popular: “Quién trabaja con las manos es un artesano, el
que lo hace con la mente seguramente es un científico, el que trabaja
con el corazón suele ser un artista. El que trabaja con sus manos, su
mente, sentidos y el corazón, sin duda alguna es Médico”.
A lo largo de la historia se han escrito y pronunciado un sinfín de
aseveraciones que reconocen a quienes ejercen la profesión médica,
he rescatado algunos de ellos para compartirlos con los estimados
lectores y escuchas de estas líneas:
• “Donde quiera que se ame el arte de la medicina se ama también a
la humanidad” Platón.
• “Te mandaré a la tierra a que salves vidas, pero te quitaré las alas
para que no sospechen” Dios
• “Ser Médico no te hace mejor ser humano ni te da categoría de héroe,
pero ser humano te hace mejor persona y excelente Médico” Voz
popular.
“El Médico no requiere tener buena letra sino comunicarse con sus
pacientes con el corazón” Anónimo
“El Médico no es un mecánico que debe arreglar un organismo enfermo
como se compone una máquina descompuesta.
Es un hombre que se asoma sobre otro hombre, en un afán de ayuda, ofreciéndole lo que
tiene, un poco de ciencia, y un mucho de comprensión y simpatía” Dr.
Ignacio Chávez Sánchez.
Los dos últimos años han transcurrido bajo retos sanitarios muy
difíciles, la vocación del Médico se ha puesto a prueba, sus
conocimientos han tenido que “actualizarse” de manera acelerada.
Muchos de ellos, han muerto en el cumplimiento de su deber dejando
una profunda huella entre propios y extraños.
Aprovecho la generosidad de este espacio para recordar con gratitud y
admiración a mis maestros en la Facultad de Medicina “Dr. Ignacio
Chávez” de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo,
destaco a quienes ya emigraron a su cita con el Creador:
Adolfo Alvarado Villaseñor, Francisco Esquivel Rodríguez, José Abel Ayala
García, Adán Lozano Vázquez, Onofre Chávez Fraga, José Antonio
Sereno Coló, Enrique Sotomayor, Teodoro Gómez Trillo, Fabio Torres
Ortega, Luis Pita Cornejo, Ramón Becerril Luna, Héctor Terán Guerrero,
José María Pineda, Mario Alvizuri, Gabriel Ruíz Ruíz, Sigifredo
Carriedo, Cecilio Páez, Javier Tenorio, Gabriel Herrejón, Efraín
Dávalos, Nicanor Gómez, Rafael Morelos Valdés, Guillermo Romero
Lucio y José Cruz Rodríguez Sosa.
De igual manera, a quienes de manera generosa me abrieron las
puertas del Centro Médico Nacional del IMSS y lo hicieron mi segundo
hogar.
De ellos aprendí a respetar y amar la práctica médica, a entender la
tarea “humanista” que el medico debe desarrollar: Juan Giner
Velázquez, Gustavo Gallegos Vargas, Ricardo Romero Jaime, Juan
López Cueto, José Luna del Villar, Francisco Tenorio, Juan Agüero,
Roberto Garza, Guillermo Cassab, Serafín Delgado, José Luis Gras y
tantos otros a quienes el espacio y la memoria me impiden mencionar.
Parece que fue ayer cuando egrese de las aulas nicolaitas, sin embargo,
han transcurrido más de cuarenta años.
He de reconocer que mi experiencia personal en el ejercicio de la
profesión médica ha sido apasionante y seguramente de lo mejor que
me ha pasado en la vida.
A lo largo del tiempo he tenido momentos agridulces, la satisfacción
de recuperar la salud de muchos, pero por otra la impotencia de no
poder hacer nada para evitar la muerte de algunos.
He tenido momentos de dudas en los que me pregunté ¿por qué soy
médico?, como cuando sufrí la partida de mis padres, pero también de
intensa felicidad al participar en la “recepción” de mis hijos y nieto a la
vida.
Con sincera humildad he honrado lo aprendido, reconocido mis
limitaciones y nunca he dejado de actualizar ni enriquecer todo lo que
se relaciona con una mejor práctica profesional.
He acudido al consejo de los expertos, pero nunca me he desentendido
de un solo paciente.
He formado e integrado excelentes equipos de trabajo con el objetivo
de brindar una atención integral y multidisciplinaria.
He abierto la mente para conocer y recibir conocimientos de todos
orígenes evitando negarle al paciente cualquier posibilidad
terapéutica para su mejoría e incluso para intentar salvarle la vida.
He contado con la bendición del acompañamiento del Creador por lo
que me ha tocado ser testigo de “milagrosas” recuperaciones solo
comprendidas bajo el marco de la fe.
He seguido modestamente los pasos de mis maestros adentrándome
a las profundidades del humanismo, su práctica y constructiva difusión.
Extiendo estas líneas para expresar mi gratitud y admiración por todos
mis compañeros de la generación 1974 – 1979 quienes con su trabajo,
entrega y resultados han construido un sólido prestigio profesional,
asumido con éxito el rol de líderes sociales y hoy disfrutan del
reconocimiento a su calidad humana honrando de esta manera lo que
aprendimos en las aulas de la Casa de Hidalgo.
No puedo concluir este espacio sin decir gracias… gracias… gracias
a mis pacientes, quienes a lo largo de cuarenta años de ejercicio
profesional me han brindado su confianza y han puesto en mis
modestos conocimientos su salud.
Hoy más que nunca, estoy convencido de que si volviera a nacer y
tuviera que decidir a que dedicarme escogería sin dudar ser Médico y
formarme en las aulas nicolaitas, en las clínicas y hospitales de
Michoacán.
Dr. Rogelio Díaz Ortíz.