Por: Juan José Rosales Gallegos
Morelia, Michoacán a 18 de septiembre de 2017.- Fue un momento irrepetible y sin duda el primer paso para dejar atrás la trágica noche del 2008, sin que esto signifique olvidar o minimizar el acto terrorista que todos, de una forma u otra sufrimos. Se trata de continuar, y por eso se tomaron medidas de seguridad que previnieran cualquier incidente, situación que se logró. Desde muy temprano, el espacio de la Avenida Madero que separa al Palacio de Gobierno de la Catedral fue ocupado, poco a poco fueron llegando personas hasta sumar miles que esperaron pacientemente primero el grito y luego el concierto de los Tigres del Norte.
Estoy seguro de que muchos querían asistir, pero no lo hicieron. Pesó más el miedo.
Una de las acepciones con las cuales, la Real Academia de la Lengua, describe al terrorismo es: Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos.
Eso fue lo que buscaron provocar lanzando una granada a civiles desarmados que disfrutaban de una fiesta popular. Quieren crear “alarma social” quemando vehículos en las carreteras o arrojando pedazos de cuerpos humanos; que el velo del miedo vuelva a cubrir nuestras comunidades para que los criminales puedan moverse a sus anchas, para que vuelvan a levantar altares donde los michoacanos se inclinen y los veneren. El miedo es el mejor aliado de los cobardes.
La noche del 15 de septiembre del 2017 eliminaron el temor todos los asistentes, que fueron testigos y participantes de un evento masivo, ordenado y familiar.
Hubo algunos silbidos (siempre los hay) para el gobernador Silvano Aureoles cuando salió al balcón empuñando la bandera; los borloteros no obtuvieron respuesta pues la mayoría de las personas esperaba la arenga para vitorear la independencia, los héroes, el estado, y en este caso, también a la UMSNH. El grito pasó sin mayores incidentes; sonó la campaña, ondeó el lábaro patrio y luego el cielo de Morelia se iluminó con fuegos artificiales.
“Una mañana de marzo, en la central de Morelia”, comenzaron a sonar los Tigres del Norte que durante más de dos horas complacieron a los fans con sus canciones. En un momento el ejecutivo estatal abandonó el balcón central de Palacio y ocupó uno en el salón de exgobernadores para ver más cerca a los llamados “ídolos del pueblo”.
Silvano Aureoles estuvo expuesto en ese balcón más de dos horas bailando y cantando mientras saludaba a los asistentes y agradecía su confianza. No hubo gritos de desaprobación, nadie intentó arrojar nada y los silbidos se apagaron.
Pero, mientras la calle y las plazas permanecieron llenas hasta el final del concierto, al interior de palacio la mayoría de los miembros del gabinete desaparecieron. Sólo permanecieron, como siempre, los más cercanos y comprometidos.