Tragedia en una escuela de Monterrey.
Por: Juan José Rosales Gallegos
Morelia, Michoacán a 18 de enero de 2017.- Tuve a la mano el video de lo ocurrido, pero me negué a verlo. Hay crónicas detalladas, que abusan de la precisión del momento, que tampoco quise leer.
No puedo imaginar la escena (no quiero)… spoke in class today
¿Quiénes somos que podemos causar tanto dolor? En qué no hemos convertido.
Nadie puede eludir la responsabilidad de lo que pasó en Monterrey; nos pasó a todos, fue en todas las escuelas de México. El gatillo fue accionado por el sufrimiento de los niños que son abusados; las balas las recibimos en el pecho una sociedad que tolera, y a veces alienta, esas conductas.
Estamos reprobados. (Seemed a harmless little fuck. But we unleashed a lion)
Una pequeña vida que fue colmada con rencor y desesperación, al final estalló. Seguro que los ojos de ese niño cuando apuntaron ya estaban secos, no había lágrimas, todas las había gastado. Y nadie lo escuchó. El piso se tiño de sangre.
Lo único que algunos podrán entender de esta tragedia es el morbo de compartir las imágenes en sus redes sociales. Insensibles y huecos, todo nos vale madre.
No hay niños malos. Los que abusan reflejan la vida cotidiana en su hogar. Los abusados, están solos. Unos y otros son la continuación de lo podrido. Mala compañía es la soledad, tan mala como la violencia y los gritos. ¡Usted chinguelo para que se le quite lo pendejo! Es la arenga de un “amoroso” padre al hijo peleonero y explotador.
¿Dónde están los maestros? Mentores que escuchaban y guiaban ahora están extintos.
Los valores, que ahora poco valen, era lo que nos mantenía unidos. No sabemos pedir las cosas “por favor”, mucho menos mostrar respeto por la integridad de los semejantes.