Algo sobre mi madre…
Por: Juan José Rosales Gallegos
A la maestra Sonia Gallegos Ramírez
Mi madre es menudita y hermosa, todavía existe en sus ojos chispa. En una vida llena de matices, imaginando todo lo que puede soportar una mujer en este país, creo que ha sido feliz. Hace unos días, la mayor de sus nietas (mi hija Natalia) le presumió su credencial de elector, llamó a mi padre y le dijo, “ya no tenemos niños”. Mi madre es también abuela de dos niñas y tres niños.
Cuando concluyó la secundaria, gracias a una beca, pudo ingresar a la Escuela Normal de Guanajuato. Fue su única oportunidad para continuar estudiando y la tomó. Por aquellos años, a la mitad de un siglo XX todavía cargado de miedo, prejuicios y constante discriminación en contra de la mujer, con la bendición de mis abuelos dejó Acámbaro para ir al internado. Se convirtió en maestra.
Mi madre es bonita, le gusta bailar y cantar con sus hermanas; tomarse un tequila y platicar, es fuerte, única. Es la mayor de sus hermanos y luego de la muerte se mi abuela, se convierte de nueva cuenta en “madre” de sus ocho hermanos, de los hijos de sus hermanos, y de los hijos de los hijos de sus hermanos.
Me cuentan que mi parto fue tan difícil, que mi madre me pudo conocer hasta días después del alumbramiento. A mi hermano lo arrullaba con canciones y a mi hermana la arreglaba como muñequita cuando niña. Es paciente, una virtud que solo las madres tienen.
Siento bonito al verla, necesito hacerlo, besar su mejilla y saber que está bien. Todos los días discute con mi padre, o mi padre discute con ella, una forma muy peculiar pero común de decirse lo que se quieren y necesitan.
Cuando platico de mi madre, solo atino decir que la quiero mucho.